Opinión FT: El secreto de Brasil para ganar terreno en la guerra comercial de Trump
Los políticos globales necesitan entender que la política de la Casa Blanca está impulsada por el melodrama y el instinto.
Por Gillian Tett
¿Cómo se dice "Taco" -la sigla en inglés para la frase "Trump siempre se acobarda"- en portugués? Es una pregunta que algunos brasileños podrían hacer ahora, con una sonrisa.
Hace cuatro meses, el Presidente estadounidense, Donald Trump, anunció aranceles adicionales del 40% a las importaciones brasileñas (lo que crearía gravámenes totales del 50%), porque estaba furioso por la investigación legal del país a Jair Bolsonaro, su exmandatario, y su ofensiva contra las grandes tecnológicas estadounidenses.
Pero el jefe de Estado Luiz Inácio Lula da Silva respondió con firmeza al acoso, lo que impulsó su popularidad nacional, y defendió a los tribunales. Un juez brasileño ha condenado a Bolsonaro a prisión.
¿Y esos aranceles? La semana pasada, Trump declaró que "ciertas importaciones agrícolas de Brasil ya no deberían estar sujetas al recargo adicional (del 40%). Dicho de forma sencilla: Lula ganó.
Aquí se aprenden al menos tres lecciones. La primera es que la Casa Blanca parece estar cada vez más nerviosa por las presiones del costo de la vida. No es de extrañar: encuestas recientes muestran que la confianza del consumidor se está desplomando a la par que la aprobación de Trump. Su equipo se esfuerza por encontrar maneras de reducir los precios de los alimentos, y la reducción de los aranceles agrícolas es una medida obvia.
La segunda lección es que los agresores suelen responder a la fuerza. Sí, la adulación cobarde también funciona a veces; Suiza redujo sus propios aranceles enviando ejecutivos serviles y repletos de regalos a reunirse con Trump.
Pero China ha seguido una senda de beligerancia con resultados notables. Y la actitud desafiante de Brasil sugiere que otros países están aprendiendo de Beijing. Como mínimo, esto sugiere que cualquiera que trate con Trump debería empezar por evaluar cómo explotar sus puntos débiles.
En tercer lugar, conviene distinguir entre tácticas y objetivos al analizar la Casa Blanca. Puede que esto no parezca obvio, dado que Trump a menudo parece carecer de una estrategia clara. De hecho, su postura sobre Brasil, Ucrania y el caso Jeffrey Epstein -por nombrar solo algunos temas- ha sido tan caprichosa que la imprevisibilidad es posiblemente su único rasgo predecible.
Y -como era de esperar- muchos críticos interpretan este capricho político como un signo de gran incompetencia o de trastornos de personalidad, o ambos: como un rey Tudor, los caprichos narcisistas de Trump parecen guiar a su “corte”.
Pero creo que un marco más útil es tomar prestado el consejo que se da a los nuevos empleados de algunos bancos de inversión estadounidenses, es decir, tratar de identificar en cualquier acción una jerarquía de “objetivos”, “estrategias” y “tácticas”.
Si bien Trump no opera con objetivos políticos claramente articulados, como los que un banquero podría reconocer, sin duda lo impulsan fuertes instintos. En particular, su lema "Make America Great Again" (Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo) refleja un deseo constante de lograr un dominio económico y político extremo, tanto para el país como para su círculo más cercano. (Como corresponde a un cuasi-rey, estas dos cosas a menudo parecen entrelazadas).
Además, los asesores están convirtiendo este instinto en estrategias. Estas pueden ser contradictorias, en parte debido a las luchas entre facciones de la Casa Blanca. Sin embargo, su leitmotiv es la formulación de políticas "geoeconómicas"; es decir, el deseo de utilizar las políticas económicas para reforzar el poder hegemónico, de una manera que repudia tanto el pensamiento neoliberal de finales del siglo XX como el enfoque colaborativo de Bretton Woods de la posguerra.
Y esta estrategia no solo utiliza las redes para luchar por el dominio, como han observado los politólogos Grégoire Mallard y Jin Sun, sino que también confunde la economía, la política, la cultura, la tecnología, lo militar y los agravios individuales. De ahí el intento de Trump de usar aranceles para obligar a Brasil a liberar a Bolsonaro, o la amenaza de su aliado de imponer aranceles a Noruega después de que su fondo soberano de inversión desinvirtiera en Caterpillar.
Detrás de esto, también hay tácticas. Estas reflejan el modus operandi que Trump utilizaba para cerrar tratos en los negocios: intimidación, amenazas, melodrama, cambios de política, favoritismo y anuncios de "inundación de la zona", por citar al exestratega del presidente, Steve Bannon.
Esas tácticas agresivas llaman la atención; de hecho, están planeadas para ello. Pero, llamativas o no, no deben confundirse con objetivos ni estrategias. El objetivo es obtener ventaja frente a la competencia en un mundo transaccional.
Estas herramientas no siempre funcionan. De ahí la ocurrencia del "Taco", que surgió porque Trump a menudo ha suavizado las amenazas arancelarias. Pero es precisamente porque estas maniobras melodramáticas suelen ser tácticas -no objetivos ideológicos profundamente arraigados- que la Casa Blanca se siente capaz de cambiar de postura sin rubor, descartando medidas si resultan contraproducentes o surgen prioridades más importantes. Por eso los aranceles brasileños desaparecieron repentinamente la semana pasada, y por eso Trump acaba de abrazar a Zohran Mamdani, el recién elegido alcalde de Nueva York, tras atacarlo con saña.
Por supuesto, algunos observadores podrían descartar este análisis como un simple "lavado de cara", un intento de hacer que el equipo de la Casa Blanca parezca más lógico de lo que realmente es. Es justo; no negaría la naturaleza caprichosa de Trump.
Pero la clave es esta: aunque uno se burle de Trump, conviene distinguir la señal del ruido. En ese sentido, el triunfo de Lula ha enviado señales claramente alentadoras para los europeos y otros. Los reyes rara vez son tan todopoderosos como parecen.
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