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Opinión FT: Trump, el emperador de Brasil

La simpatía del Presidente estadounidense por el gobernante caído en desgracia, Bolsonaro, es parte de un patrón alarmante.

Por Financial Times, traducido por María Gabriela Arteaga / Foto: Reuters I Publicado: Martes 22 de julio de 2025 I 10:00
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Por Edward Luce

¿Cayendo en las encuestas? ¿Cruzando el olvido electoral? El canadiense Mark Carney, el australiano Anthony Albanese y ahora el brasileño Luis Inácio Lula da Silva tienen la solución. Haga que Donald Trump inicie una guerra comercial contra su país. Pocas cosas unen a los votantes en torno a la bandera más rápido que un ataque de una superpotencia a sus ganancias. Aunque el Vaticano no es una entidad comercial, el primer pontífice estadounidense, Robert Francis Prevost, también podría atribuirle a Trump su elección. Trump y el difunto papa Francisco, predecesor del papa León XIV, no eran admiradores mutuos.

Sin embargo, en la estrategia de Trump, Brasil se encuentra en una categoría aparte. Citando el procesamiento de Jair Bolsonaro, el último mandatario de Brasil, Trump prometió a principios de este mes imponer aranceles del 50% a la segunda democracia más grande del hemisferio occidental a menos que cancelara el juicio contra el dictador. Unos días después, Marco Rubio, secretario de Estado de EEUU, impuso una prohibición de visa estadounidense al juez de la Corte Suprema de Brasil, Alexandre de Moraes, quien preside la audiencia de Bolsonaro.

La acción de Rubio se califica como uno de esos momentos de incredulidad. El exsenador republicano construyó su marca en torno a la promoción de los valores democráticos estadounidenses y el Estado de derecho. Ahora castiga al sistema legal de una democracia hermana por hacer cumplir la ley. Cabe recordar que Bolsonaro aguarda juicio por su presunto respaldo a un intento violento de derrocar las elecciones presidenciales brasileñas de 2021, que ganó Lula. El fallido golpe de Estado de Bolsonaro tuvo lugar un año y dos días después del supuesto revés democrático similar de Trump tras su derrota ante Joe Biden.

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El paralelismo entre Trump y Bolsonaro es inquietante. La diferencia radica en que Bolsonaro está siendo responsabilizado. Por si alguien no lo ha entendido, Rubio instruyó la semana pasada a los diplomáticos estadounidenses a "evitar opinar sobre la imparcialidad o integridad de un proceso electoral, su legitimidad o los valores democráticos del país en cuestión". Para ser justos con Rubio, la sermoneo de Estados Unidos a menudo ha tenido consecuencias negativas. El mundo presta atención a lo que Estados Unidos hace, no a lo que dice. Pero si existe un faro democrático liberal hoy en día en el hemisferio de Rubio, proviene de Brasilia y Ottawa. Por el momento, Washington se ha descartado a sí mismo.

¿Qué deben pensar de esto los socios comerciales de Estados Unidos, tanto democráticos como no democráticos? Mi colega, Alan Beattie, observa acertadamente que, en lo que respecta a Trump en materia comercial, "nadie sabe nada". Trump, de hecho, se enorgullece de su imprevisibilidad. Sin embargo, se observan dos patrones. El primero es que, incluso en los términos mercantilistas de Trump, sus acciones carecen de sentido. Estados Unidos tiene un superávit comercial con Brasil . Por lo tanto, el país de Lula debería haber quedado exento de los aranceles del "día de la liberación" de Trump.

Si Trump tuviera un motivo no económico en mente, como ayudar a un colega autócrata, su lógica se desvirtúa. Entre las principales víctimas de un arancel estadounidense del 50% sobre Brasil se encontrarían los ganaderos y los exportadores de café del país. Ambos sectores son bastiones de Bolsonaro. De este modo, Trump está fortaleciendo la posición de Lula, no la de Bolsonaro. No sorprende que Lula haya recuperado su fortuna. Tampoco sorprende que Lula se queje de que Trump fue elegido presidente de Estados Unidos "no... emperador del mundo".

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El segundo patrón de la política comercial de Trump es la incontinencia imperial. Para él, los aranceles son algo hermoso. Le otorgan influencia sobre el acceso del resto del mundo al vasto mercado de consumo estadounidense. Es decir, el hombre fuerte de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, tiene que lidiar con un arancel de Trump de tan solo el 10%. Esto a pesar de que Turquía, a diferencia de Brasil, tiene un superávit comercial con Estados Unidos. Que Erdoğan haya encarcelado recientemente a varios alcaldes de la oposición, incluido Ekrem İmamoğlu de Estambul, su probable oponente presidencial, no es ningún pecado a ojos de Trump. El giro de Erdoğan hacia la autocracia puede incluso haber provocado que el mandatario estadounidense vea con mejores ojos a Turquía.

Como suele ocurrir con Trump, su impulso contiene una fracción de mérito subyacente. La promoción de la democracia en Estados Unidos tiene un historial irregular. Llevar a Washington a una postura neutral sería una medida respetable, que incluso podría resultar más eficaz para difundir el ejemplo democrático. Pero Trump se dedica a promover la autocracia. Es comprensible que las demás democracias estén alarmadas.

Sin embargo, las quejas más fuertes deberían provenir de los asesores proteccionistas de Trump. Si logran alzar la voz, podrían señalar que Trump está arruinando su propia agenda. Según ellos, los aranceles buscan fortalecer la capacidad interna de Estados Unidos. Trump, en cambio, usa esa herramienta para lo que le place. Y vaya si le gustan los dictadores.  

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