Opinión FT: Un dólar más fuerte podría tener un mayor impacto en economías emergentes en este ciclo
Cuando la inflación se acelera, es más probable que una depreciación de la moneda se sume a las presiones internas de los precios. Si el dólar va a seguir fortaleciéndose con la ferocidad de hace 40 años, el camino será accidentado para las economías emergentes.
Por David Lubin
Jefe de economía de mercados emergentes en Citi
Los países en desarrollo viven su vida económica a merced de la Reserva Federal de EEUU. Esto puede sonar tajante, pero no por ello deja de ser menos cierto.
Cuando las condiciones monetarias estadounidenses se relajan, el capital se dirige hacia las economías emergentes, lo cual les facilita la autofinanciación a estos países. Y cuando la Reserva Federal endurece su política, como lo está haciendo estos días, la ola invierte su curso a medida en que el capital busca mayores rendimientos de vuelta en EEUU.
Este ciclo suele entenderse como el resultado del impacto de la subida o bajada de las tasas de interés estadounidenses en los flujos de capital hacia los países en desarrollo. Sin embargo, no es sólo el rendimiento de los activos estadounidenses lo que afecta a estos países; la tasa de cambio del dólar estadounidense también desempeña un papel importante en este drama.
He aquí cuatro formas en las que un dólar más fuerte les hace la vida más difícil a las economías emergentes.
En primer lugar, un dólar más fuerte tiende a deprimir el crecimiento del comercio mundial. Es la moneda dominante para facturar y liquidar una gran parte de las transacciones comerciales mundiales. Dado que el poder adquisitivo de las monedas no estadounidenses disminuye cuando el dólar se fortalece, una apreciación de la moneda estadounidense tiende a empobrecer el mundo y a reducir su actividad comercial.
Dado que los países en desarrollo suelen ser lo que los economistas denominan economías pequeñas y abiertas, especialmente dependientes del comercio mundial, cualquier cosa que ejerza una presión a la baja sobre ellos probablemente no los beneficiará.
En segundo lugar, un dólar más fuerte tiende a erosionar la solvencia de los países en desarrollo que tienen deuda denominada en la moneda estadounidense. La apreciación del dólar hace que a los países les resulte más caro comprar la moneda estadounidense que necesitan para pagar sus deudas. Es probable que esto sea más doloroso para los países de bajos ingresos, que normalmente sólo tienen una capacidad limitada para pedir préstamos internacionales en sus propias monedas, incluso en los mejores momentos.
En tercer lugar, es probable que un dólar fuerte sea inconveniente para China en estos días, y lo que es malo para ese país es generalmente poco útil para las economías emergentes, dados sus vínculos con las cadenas de suministro chinas y la demanda de materias primas.
Aunque superficialmente resulta atractivo pensar que un debilitamiento del yuan podría ser una forma conveniente de impulsar las exportaciones chinas, hay dos fuerzas mayores que actúan en sentido contrario.
Una de ellas es que, al aumentar el costo de los productos básicos importados, un yuan más débil les dificulta la vida a las pequeñas y medianas empresas de China, que en cualquier caso han enfrentado una prolongada disminución de su rentabilidad. Y otra es que un debilitamiento de la divisa china tiende a desencadenar salidas de capital de China, algo que las autoridades de Beijing prefieren evitar, a medida en que intentan mantener las expectativas sobre su moneda positivas.
Por último, es probable que un dólar más fuerte ahora sea más inflacionario para las economías emergentes que en el pasado. Los últimos años nos han permitido olvidar que la depreciación de la moneda en un país en desarrollo puede conducir rápidamente a la inflación. Esto se debe a que la llamada "transferencia" de la tasa de cambio a la inflación ha tendido a ser relativamente baja en los últimos años.
Sin embargo, el pasado podría no ser una buena guía para el presente. Una de las principales razones por las que las depreciaciones de las tasas de cambio no han resultado inflacionistas en los últimos años es, sencillamente, que la inflación mundial era obstinadamente baja. Éste ya no es el caso. Es preocupante que, en un momento en que la inflación se está acelerando, una depreciación de la moneda tenga más probabilidades de sumarse a las presiones internas de los precios. Si se añade material combustible al fuego, se obtiene más fuego.
La economía mundial es un entorno bastante hostil para los países en desarrollo en estos días: aumento de los riesgos de recesión en Occidente; una desaceleración incómoda en China; menor disponibilidad y mayor costo de la financiación conforme los inversionistas se vuelven más reacios al riesgo; aceleración de la inflación en casi todo el mundo; y creciente preocupación por la disponibilidad de alimentos en varios países.
Y eso es sólo en el primer plano. En el fondo, la perspectiva de los esfuerzos desglobalizadores de los responsables políticos en EEUU, en Europa y en China para lograr la resiliencia de las cadenas de suministro se producirá a expensas de los futuros flujos de inversión extranjera directa hacia las economías emergentes.
Con todo este entorno, un fortalecimiento del dólar es lo último que necesitan los países en desarrollo. Sin embargo, es posible que el problema no desaparezca pronto. A principios de la década de 1980 —la última vez que EEUU tuvo que lidiar con un problema de inflación verdaderamente persistente— el dólar subió cerca de un 80%. Quizás la historia no se repita del todo, pero si el dólar va a seguir fortaleciéndose con la ferocidad de hace 40 años, el camino será accidentado para las economías emergentes.
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