Los protagonistas de la elección más compleja de Venezuela y el legado económico de la última década
La nación caribeña se divide, nuevamente, entre dos aguas: la continuidad de la izquierda en el poder que ha estado al debe por una década en materia económica, o la promesa de un resurgir sin el apoyo de las instituciones y sin certezas.
Este domingo es, sin duda, un día histórico para Venezuela. El país se enfrenta a las elecciones presidenciales más importantes de los últimos 11 años, porque pueden significar el fin del dominio de la izquierda en la nación y más puntualmente del chavismo, que llegó en 1998 por primera vez al poder.
El desafío de lograr continuidad está en manos de Nicolás Maduro, el hombre elegido por Hugo Chávez como su sucesor en 2013 poco antes de morir.
Su llegada al Palacio de Miraflores fue, en primera instancia, atribuido a la suerte y a la popularidad que aún, después de 15 años, tenía el líder de la "Revolución Bolivariana".
Pocos apostaban a que Maduro lograría permanecer mucho tiempo al mando de la llamada "Perla del Caribe".
Se le destacaba por su poca cercanía popular y manejo de masas, y se le comparaba desfavorablemente con el carismático militar, quien podía pasar más de ocho horas conduciendo su programa de televisión -Aló Presidente- o cualquier cadena nacional.
Además, se recordaba reiteradamente su pasado laboral como sindicalista y conductor de autobús, credenciales poco comunes entre quienes suelen liderar las relaciones internacionales y diplomáticas de cualquier economía del mundo.
Sin embargo, 11 años más tarde, Maduro busca ahora su segunda reelección y, de lograrlo, se convertiría en el tercer gobernante que más tiempo ha durado en el poder en Venezuela desde inicios del siglo XX, sólo superado por Chávez y por el dictador Juan Vicente Gómez.
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El legado económico de Maduro
La administración de Maduro ha dejado cambios profundos en el otrora país más rico de Sudamérica.
Si bien el Gobierno de Chávez pasó por distintas crisis, incluyendo cientos de expropiaciones a empresas, su derrocamiento por 24 horas en abril de 2002 y una posterior huelga general en diciembre de ese año -que se extendió hasta enero de 2003-, las huellas actuales son mucho más profundas y con impacto regional.
Desde 2013 y hasta 2021, la actividad económica solo reportó cifras negativas. De hecho, en 2020 -también en un contexto pandemia- el PIB se contrajo en torno a un 75%, según los cálculos más conservadores de firmas como Oxford Economics, y hasta un 80% para algunos otros economistas y organismos como el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF).
Parte de este derrumbe estuvo relacionado con la caída de los precios del petróleo desde 2014. En respuesta, Maduro recurrió a más endeudamiento y al uso de las reservas internacionales para tratar de mantener el modelo económico y social de su antecesor, pero no lo logró.
En 2015, la inflación subió 180% -la más alta del mundo para ese momento- y en 2017 entró en un ciclo de hiperinflación que alcanzó su punto máximo en 2018, cuando llegó al 130.000%, según datos del propio Banco Central de Venezuela.
En ese contexto, los ciudadanos vivieron una fuerte devaluación del bolívar (la moneda local) y el desabastecimiento de los productos más básicos -alimentos y medicinas-, que solo impulsó con fuerza los índice de pobreza.
Según un estudio de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, el indicador pasó de 48% en 2014 a 91% en 2018.
La situación llevó a más de 7,7 millones de ciudadanos a migrar, de acuerdo con el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur). Esta sería la mayor ola migratoria de la historia reciente de América Latina e incluso más que la de Siria (5 millones) y que la de Ucrania (6,5 millones), dos países en guerra.
En otra perspectiva, el éxodo venezolano equivale a más del 22% de los 34 millones de habitantes que las autoridades locales proyectaban tener, a partir del último censo realizado en 2011.
De estos, un pequeño porcentaje ha decidido a regresar más que por las mejoras económicas, por el efecto que la masiva movilización dejó en los países a los que llegaron.
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El repunte de la economía
Contrario al legado de Chávez, Maduro inició en 2018 un silencioso proceso de reformas económicas suspendiendo los férreos controles de cambio y de precios, eliminando el subsidio a la becina y permitiendo una dolarización de facto para incentivar el retorno de los capitales de los espantados inversionistas extranjeros y locales.
Con esto, el país dejó atrás la hiperinflación y los productos que habían desaparecido de las góndolas regresaron, al menos para quienes tienen acceso a ingresos en moneda extranjera o aquellos que reciben remesas de sus familiares reubicados en el mundo.
También ayudó que, con las sanciones aplicadas por el Gobierno de Donald Trump, muchos empresarios se vieron obligados a invertir en el territorio ante la imposibilidad de sacar el capital. Algunas de esas medidas fueron flexibilizadas luego por Joe Biden, con lo que las multinacionales, especialmente las firmas petroleras, retomaron el diálogo con Miraflores para retornar al país.
En ellas tiene puestas las esperanzas Maduro, cuyo rostro aparece en 13 de las 38 casillas de la boleta electoral.
Casi el 58% de los ingresos del país en 2024 procederán del petróleo, aun cuando su producción está recién en niveles de diciembre de 2002, ese mismo año de la paralización total de la industria bajo el Gobierno de Chávez.
La llave de la unidad
En medio de este contexto, aparecen dos personajes claves de la contienda electoral: María Corina Machado y Edmundo González.
Este último es el rostro visible de una unidad en la oposición como nunca antes se había visto en el país.
El exdiplomático de 74 años se convirtió, repentinamente en abril, en el reemplazo de Machado, una exdiputada, ingeniera civil y profesora de 56 años, que había ganado las elecciones primarias en octubre de 2023.
Sin embargo, el Ejecutivo la inhabilitó políticamente, así como lo hizo con su primer reemplazo, Corina Yoris; pero no pudo impedir el ingreso a la escena del exembajador en Argentina entre 1999 y 2002.
Hasta entonces, era un desconocido. Había desempeñado cargos en la cancillería venezolana y era asesor internacional de la coalición opositora. Hoy es "el abuelito de todos", siempre con un tono conciliador en sus intervenciones instando al diálogo y a una transición democrática en paz.
En su cierre de campaña de este viernes, pidió a los militares que defiendan las instituciones del país y respeten los resultados electorales, y aseguró a los seguidores del chavismo que en su administración no habrá persecuciones políticas.
En su primer acto en mayo dijo que quiere construir "un país donde todos quepan, dejando atrás la confrontación".
La retórica contrasta con la de Maduro, quien advirtió esta semana que podría haber un "baño de sangre" si pierde, elevando las alertas en toda América Latina, incluso de los principales mandatarios y exlíderes de izquierda de la región.
González llega a este domingo con más del 60% de aprobación, sacando 20 puntos de diferencia sobre Maduro, y todo de la mano de Machado, quien ha hecho campaña a su favor en todo el país.
Se hacen llamar "la llave de la unidad" que permitirá un cambio de gestión que abra la puerta al retorno de millones de migrantes.
Las promesas de ambos apuntan a lo más básico: mejores salarios, servicios de salud, luz y agua, aspectos claves que han faltado en 26 años de chavismo. Pero también dicen que buscarán atraer más inversiones a largo plazo e, incluso, convertir a Venezuela en "el hub energético de América Latina".
Machado, quien tendrá "el cargo que ella quiera" en una eventual gestión de González, ha expresado también su apoyo a la idea de privatizar Pdvsa y otras empresas públicas, y ha sugerido un amplio plan de asistencia para los sectores más empobrecidos del país.
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