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La disputa sin precedentes entre Estados Unidos y Brasil: ¿es posible superar las diferencias?

Dos de los países más grandes del mundo están enfrentados por el destino de un hombre: Jair Bolsonaro, aliado de Trump.

Por Financial Times, traducido por María Gabriela Arteaga / Foto: Elaboración propia y Reuters I Publicado: Martes 12 de agosto de 2025 I 13:12
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Por Michael Stott y Michael Pooler
Brasilia / São Paulo

Golpeado por aranceles récord de Estados Unidos y demandas de anular el fallo de la Corte Suprema, el Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, se atrinchera.

En lugar de llamar al autor de los aranceles, su par estadounidense Donald Trump, Lula decidió la semana pasada buscar el consejo de otros líderes, desafiando lo que calificó de interferencia estadounidense “inaceptable”.

El 7 de agosto, telefoneó al primer ministro indio, Narendra Modi, para buscar la solidaridad entre los aliados del bloque BRICS de potencias emergentes y dialogar sobre un mayor acercamiento. Dos días después, llamó al líder ruso, Vladimir Putin. El lunes en la noche, el mandatario brasileño afirmó haber conversado con Xi Jinping, de China, durante una hora. 

La respuesta de Lula a las medidas punitivas de un país que durante mucho tiempo fue un aliado cercano subraya la naturaleza poco convencional de la confrontación entre Washington y Brasilia, que no muestra señales de una rápida resolución.

Aunque aparentemente es otro de los enfrentamientos de Trump sobre comercio, el choque de EEUU con Brasil está fuertemente influenciado por el destino de un hombre: el mayor némesis político de Lula, el exmandatario de extrema derecha y aliado de Trump, Jair Bolsonaro.

Bolsonaro, alguna vez apodado el "Trump del Trópico", está siendo juzgado por planear un golpe de Estado con respaldo militar para aferrarse al poder tras perder las elecciones de 2022 contra Lula. Entre las acusaciones, todas ellas negadas por él, se encuentran la participación en un complot para asesinar a Lula y la planificación de una insurrección masiva en Brasilia.

Mientras el tribunal se acercaba a emitir su veredicto, Trump emitió su propia decisión el 7 de julio. El juicio fue una "cacería de brujas" que debía detenerse de inmediato. Cuando la Corte Suprema independiente de Brasil ignoró su solicitud, el Presidente estadounidense declaró que la democracia sudamericana representaba una "amenaza inusual y extraordinaria" para la seguridad nacional de Estados Unidos e impuso aranceles del 50%.

“Las políticas, prácticas y acciones del Gobierno de Brasil son repugnantes a los valores morales y políticos de las sociedades democráticas y libres”, se lee en la orden ejecutiva de la Casa Blanca.

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Un conflicto largo

Trump ha demostrado en el pasado su capacidad para cambiar de rumbo rápidamente, por lo que ninguna disputa con su administración es insalvable. Pero el impasse entre EEUU y Brasil no será fácil de resolver y podría escalar con facilidad. Trump se ha identificado personalmente con la situación de Bolsonaro. Lula carece de la facultad para detener el juicio, incluso si quisiera, y ve una ventaja política en su país al enfrentarse a Washington.

Bruna Santos, experta en Brasil del centro de estudios Diálogo Interamericano en Washington, describe el enfrentamiento como "la peor crisis en 200 años de relaciones bilaterales". Trump "amenazó con aranceles, pero con una exigencia política inviable", afirmó. "Es institucionalmente imposible para Lula hacer la concesión que exige. Por lo tanto, dejó a Lula sin una estrategia de salida".

Tras la imposición de los aranceles, EEUU impuso prohibiciones de viaje a ocho jueces de la Corte Suprema brasileña por instituir un "complejo de persecución y censura". Cuando se le ordenó a Bolsonaro usar una tobillera por riesgo de fuga, Washington utilizó la legislación reservada para graves infractores de derechos humanos para imponer amplias sanciones financieras al juez que dictó la orden, Alexandre de Moraes.

Pero la justicia se mostró impávida. Horas después, De Moraes apareció en un partido de fútbol en São Paulo y levantó el dedo medio en un gesto de desafío. Unos días después, puso a Bolsonaro bajo arresto domiciliario.

Con la profundización de la confrontación, los brasileños se preparan para un empeoramiento de la situación. "Todo parece indicar que Bolsonaro será declarado culpable", afirma Rubens Ricupero, exembajador en Washington. "Por lo tanto, es de suponer que la tensa situación entre Brasil y EEUU se deteriorará aún más".

El juicio a Bolsonaro no es el único factor irritante en las relaciones. Trump exige que la Corte Suprema de Brasil revoque la estricta regulación de las empresas estadounidenses de redes sociales, alegando que ha emitido cientos de "órdenes de censura secretas e ilegales".

Trump se ha quejado de los “déficits comerciales insostenibles” de Brasil, aunque las cifras estadounidenses muestran que el año pasado tuvo un superávit comercial de US$ 7.400 millones con la nación sudamericana.

El enfrentamiento con Washington llega en un momento delicado para el veterano izquierdista Lula, que se espera que se presente a un cuarto mandato en las elecciones de octubre de 2026, y para Brasil, cuya población sigue estando muy polarizada entre izquierda y derecha.

Al comparar el procesamiento de Bolsonaro en Brasil con la retirada de los cargos de interferencia electoral contra Trump en EEUU, Ricupero dice que si bien Brasil “tiene muchos defectos, en este caso específico, Brasil ha sido capaz de defender la democracia mejor que las instituciones estadounidenses”.

La administración Trump opina lo contrario y seguirá presionando a Brasil, predice el exjefe de estrategia de Trump, Steve Bannon. "Lula está intentando desafiar al Presidente de EEUU", declaró al Financial Times. "No creo que eso vaya a ser beneficioso para la población brasileña".

La presión de Estados Unidos es la principal esperanza de Bolsonaro para eludir los graves cargos en su contra: el excapitán del ejército, de extrema derecha, podría ser condenado a hasta 40 años de cárcel si es declarado culpable. Ha desestimado las acusaciones de intento de golpe de Estado, calificándolas de "ridículas", aunque ha admitido ante el tribunal haber discutido con altos mandos militares "escenarios alternativos" a aceptar su derrota electoral, antes de descartar los planes.

La fiscalía afirma contar con abundantes pruebas. Exjefes de las fuerzas armadas han testificado que Bolsonaro los instó a apoyar el estado de emergencia. La policía encontró un borrador de decreto que ordenaba a los militares tomar el control del Tribunal Federal Electoral en la casa del exministro de Justicia de Bolsonaro.

Muchos brasileños, incluido el propio Bolsonaro, creen que un veredicto de culpabilidad es una conclusión inevitable, aunque están casi igualmente divididos sobre si ese resultado representa justicia o retribución política.

En declaraciones al Financial Times a principios de este año, Bolsonaro solicitó ayuda internacional. Para entonces, su hijo Eduardo ya se había ausentado de sus funciones como miembro del Congreso brasileño para mudarse a EEUU. Su misión era convencer al gobierno de Trump de que Brasil se estaba, en sus propias palabras, "convirtiéndose en otra Venezuela", deslizándose hacia un autoritarismo de izquierda. Su padre, en esta narrativa, fue una de las principales víctimas.

Los funcionarios de Brasilia se mostraron desdeñosos, pero pasaron por alto tanto el vínculo forjado entre Trump y Bolsonaro entre 2019 y 2021, cuando ambos ocupaban el cargo, como la falta de canales directos de Lula con la Casa Blanca. "Fue un error diplomático no haberlo visto en el radar", afirmó Lucas de Aragão, de la consultora política Arko Advice, con sede en Brasilia.

Trump “dedica mucho tiempo a Brasil. Y esta es la razón principal: obviamente entiende que Bolsonaro es el 'Trump de los Trópicos'”, dice Bannon. “Es muy cercano a Bolsonaro, pero también se trata de libertad y autonomía”.

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Aunque Eduardo Bolsonaro y sus aliados presionaron repetidamente para que Estados Unidos impusiera sanciones a la Corte Suprema, los aranceles draconianos que las acompañaron fueron una sorpresa.

Mientras Eduardo elogia a Trump, declarando “Misión cumplida”, en la Avenida Faria Lima, el Wall Street de Brasil, los nervios están a flor de piel, aunque los temores de una guerra comercial se mezclan con el alivio de que lo peor hasta ahora se haya evitado.

A pesar del alto arancel sobre los productos brasileños, la orden ejecutiva de Trump permitió 694 exenciones, muchas de ellas artículos que EEUU no puede sustituir rápidamente en grandes cantidades, como jugo de naranja, mineral de hierro y aviones brasileños.

Las excepciones cubren alrededor del 43% del total de US$ 42.300 millones de exportaciones brasileñas a EEUU en 2024, según la Cámara de Comercio Americana para Brasil. El lobby empresarial jugó un papel importante.

Además, Estados Unidos absorbe sólo el 12% de las exportaciones totales de Brasil, frente al 24% en 2000. Hoy, China es el mayor mercado, habiendo adquirido US$ 94.000 millones en productos, incluidos mineral de hierro, soya y carne de vacuno el año pasado.

“Brasil se encuentra en una situación relativamente favorable para enfrentar a Trump”, afirma Matias Spektor, profesor de relaciones internacionales de la Universidad Fundação Getulio Vargas de São Paulo. A diferencia de México, cuyas exportaciones a EEUU son cruciales, los envíos a este país “representan menos del 2% del PIB brasileño. Esto ayuda a comprender por qué el instinto de Lula es resistir”.

Los analistas de UBS BB estiman que alrededor de tres cuartas partes de las exportaciones brasileñas a EEUU podrían ser redireccionadas y estiman el impacto potencial sobre el crecimiento económico en un máximo de 0,6 puntos porcentuales.

Hasta ahora, los mercados financieros han ignorado los aranceles estadounidenses. El real brasileño está más fuerte que cuando Trump asumió el cargo y el índice Bovespa de las principales acciones ha subido más del 13% este año.

Sin embargo, es probable que ambas partes sufran dificultades a corto plazo. Brasil es el principal proveedor extranjero de café y carne de res a Estados Unidos, y ninguno de los dos países quedó exento. Las ventas de frutas frescas como el mango y la piña, así como el popular alimento saludable açaí, también se ven amenazadas.

Siendo la agroindustria brasileña un pilar del movimiento de Bolsonaro, las acciones de Eduardo podrían ser contraproducentes. "Algunos en el sector dicen: '¿Se supone que eres nuestro amigo y has hecho esto?'", relata un ejecutivo de una gran empresa agroindustrial. "Se ha disparado en el pie".

A pesar de algunos contactos ministeriales, líderes del sector privado también se quejan de la reticencia de Lula a interactuar con Trump. Ambos presidentes nunca se han reunido ni hablado por teléfono, y Lula declaró la semana pasada que no iba a humillarse llamando a Trump.

"Tendrá que llamar algún día. Cuanto antes, mejor. Esto acabará cuando uno hable con el otro", afirma el multimillonario Rubens Menin, presidente de la constructora MRV e Inter, un banco digital.

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Efecto en las calles

Pero con las encuestas mostrando un pequeño repunte en su popularidad desde que estalló el conflicto con EEUU y los conservadores divididos sobre cómo responder a las medidas de Trump, Lula aparentemente siente poca presión para llegar a un acuerdo.

Con ambos presidentes negándose por ahora a dar marcha atrás , la atención se centra en los próximos movimientos de la Corte Suprema de Brasil.

En el sótano de la obra maestra de la arquitectura modernista de Brasilia que alberga el tribunal, una gran fotografía en blanco y negro del museo muestra la sala donde los jueces emiten sus veredictos. Los escritorios de madera están volcados y destrozados, las sillas desperdigadas y el suelo cubierto de escombros.

Esta era la escena el 8 de enero de 2023, cuando miles de simpatizantes de Bolsonaro invadieron y destrozaron el Tribunal Supremo durante la insurrección. "Tuvimos que cambiar toda la alfombra porque estaba empapada de orina y heces", dice un empleado del tribunal.

El levantamiento de enero, según la Fiscalía, fue el capítulo final de los intentos criminales de Bolsonaro por mantenerse en el poder.

Para los jueces de la Corte Suprema de Brasil, que tienen edad suficiente para recordar la brutalidad de la última dictadura militar del país, el caso contra Bolsonaro toca una fibra sensible.

Ninguno dará entrevistas, pero los amigos de los jueces dicen que están convencidos de que el juicio debe concluir con éxito para demostrar que las jóvenes instituciones democráticas del país pueden impartir justicia, incluso en las condiciones más difíciles.

“No permitirán que la presión estadounidense afecte la sentencia”, dice un conocido de De Moraes. “Esta es una generación para la que la democracia y el Estado de derecho fueron grandes conquistas. El caso contra Bolsonaro no es ideológico. Se basa en declaraciones de testigos, confesiones, grabaciones de audio y mensajes”.

Los conservadores del país consideran a la corte como una conspiración izquierdista descontrolada. Señalan que siete de los 11 jueces fueron nombrados por Lula o por su compañera de partido, Dilma Rousseff, quien lo sucedió como presidente en 2011.

Enardecidos por la intervención de Trump, los partidarios de Bolsonaro salieron a las calles el 3 de agosto para pedir la destitución de De Moraes y amnistías para los implicados en la insurrección.

En la Avenida Paulista, la principal arteria de São Paulo, algunos manifestantes ondeaban banderas estadounidenses. "Confiamos en Trump y en que no permitirá que nos convirtamos en Venezuela", dice Fabiola Ricarte, empresaria de 55 años.

Sin embargo, la participación estimada de 37.600 personas estuvo muy por debajo de las multitudes que Bolsonaro convocó en su momento. Una encuesta de Datafolha a la población general reveló que el 57 % cree que Trump se equivocó al pedir el fin del juicio a Bolsonaro, a pesar de que el 45 % creía que el expresidente estaba siendo perseguido.

Lula ha evitado hasta ahora los aranceles de represalia, pero ha aprovechado la disputa para presentarse como un patriota que defiende la soberanía nacional de la intromisión estadounidense, luciendo una gorra con la inscripción "Brasil pertenece a los brasileños". En una entrevista la semana pasada, prometió ser más socialista.

Eduardo Bolsonaro, quien acertó al predecir las sanciones Magnitsky contra De Moraes, predice que EEUU intensificará la confrontación imponiendo una nueva ronda de sanciones a la Corte Suprema de Brasil. Lula, según declaró al Financial Times, "es como un borracho en la calle. Habla y habla y habla, pero nadie lo escucha".

Lula, por su parte, se ha referido a Eduardo como un “traidor a 215 millones de brasileños”. 

Aunque la disputa con Trump ha revitalizado el gobierno de Lula, que se encontraba en una situación desfavorable en las encuestas, los analistas señalan que aún falta más de un año para las próximas elecciones. Una escalada de la disputa podría perjudicar al veterano presidente.

“Lula está lejos de ganar estas elecciones”, dice Spektor. “Será una lucha cuesta arriba porque el país está profundamente dividido”.

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Celso Amorim, principal asesor de política exterior de Lula, cree que Brasil debería responder reforzando su alianza con los BRICS. Con Estados Unidos, "no veo salida", declaró al Financial Times. "No veo cómo negociar. No veo qué se puede ofrecer". En cambio, quiere que Brasil diversifique su comercio, buscando nuevos socios en el Golfo, la India y el Sudeste Asiático.

Otros creen que Brasil debería alejarse de la confrontación. "Nuestra responsabilidad es reducir la tensión", afirma Walter Schalka, miembro de la junta directiva y exdirector ejecutivo de la empresa fabricante de celulosa Suzano. "Es fundamental que el Tribunal Supremo comprenda el momento que vivimos y demuestre moderación".

A pesar de su retórica agresiva, Lula se enorgullece de su reputación como negociador y ha sugerido que las negociaciones comerciales podrían desvincularse de las exigencias políticas de Trump. "Si quiere una pelea política, tratémosla como tal", declaró recientemente a Reuters. "Si quiere hablar de comercio, sentémonos a hablar de comercio. Pero no se puede mezclar todo".

De Aragão, el consultor político, cree que los asuntos políticos se separarán de la disputa comercial para permitir un acuerdo. "En el ámbito comercial, habrá negociaciones... avanzarán gradualmente y las cosas se resolverán".

El ministro de Hacienda, Fernando Haddad, ha sugerido que se podrían alcanzar acuerdos con Estados Unidos sobre las abundantes reservas brasileñas de tierras raras y minerales críticos. Otros afirman que la reducción de las barreras proteccionistas del país a las exportaciones estadounidenses, como el etanol, sería una señal de buena fe.

Sin embargo, Haddad dijo en una entrevista el lunes que una reunión en línea programada esta semana con el secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, había sido cancelada con poca antelación.

Monica de Bolle, experta en Brasil del Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington, cree que Trump no tiene un interés personal en Bolsonaro. "Es el tipo de persona que no se compromete con nadie, así que lo tiene muy fácil", afirma. "Si logra encontrar algo que le permita decir 'negociamos con Brasil y conseguimos lo que queríamos', entonces todo se calmará".

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